viernes, 18 de septiembre de 2009

Luviosa Melancolía

Lluviosa melancolía (Cuento I)

No sé por que me gusta tanto la lluvia. Contemplar la infinidad de gotas que golpean todo tipo de superficies, y escuchar la voz de Dios a través de potentes truenos, hacen que me invada una melancolía inexplicable. Me fascina el ambiente gris que provoca una tormenta, el frío que percibo a cada paso que doy, y el aroma de la tierra mojada. Muchas personas me han dicho que si me gusta el aroma a lodo es por que tengo bichos en la panza… ¡Bah, patrañas! Yo soy feliz con o sin animalejos en el estómago.
Cuando el cielo cae a su completo gusto, no entiendo por qué hay gente que corre: ¿Acaso tienen mucha prisa? ¿Piensan que la lluvia es ácido y que se van a deshacer? Como sea, ¡Te mojas y ya! No hay remedio, mas que enfrentar la terrible gripa, las medicinas y los kilos de pañuelos desechables que uno tiene que cargar.
Para mí, la lluvia es algo fenomenal, pero hay veces en las que llego a odiarla por que estropea mis planes. Empaparme me importa un rábano, así que un baño callejero una vez al año no hace daño, al contrario, me gusta sentir como cada gota me golpea de pies a cabeza, y caminar tranquilamente bajo una romántica y fría melancolía que no puedo evitar.
Dios sabe cada cosa que le pasa a este planeta, incluso si nos vamos a morir ahogados algún día. Escucho a mucha gente decir que cuando llueve, Dios estornuda o llora, o que toma fotos cuando caen rayos y centellas. Yo ya no sé ni qué pensar, pero siento que la lluvia es una melancólica forma de vivir bajo un destino incierto, y también es una forma de sentir como la naturaleza nos pide a gritos un poco más de cuidado.

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